LA Rusia de Vladimir Putin acaba de perpetrar un detestable ataque, condenable desde cualquier punto de vista, a un país soberano, como es Ucrania. En 2014 ya le arrebató la península de Crimea. El déspota del Kremlin tiene nostalgia de lo que en otro tiempo fue la Unión Soviética que, bajo la égida comunista, mantenía sojuzgados a una serie de países del este de Europa hasta que la caída del muro de Berlín, en 1989, marcó el principio del fin del mundo soviético. En diferentes acciones, tomando como base, iniciativas bélicas —siempre precedidas de declaraciones de paz suyas y de su ministro de Asuntos Exteriores Serguéi Lavrov—, ha buscado incorporar a sus dominios territorios que formaron parte de la Unión Soviética. No es de extrañar, si tenemos en cuenta que, en otro tiempo, fue un agente del KGB.
Cuando se han producido actuaciones bélicas en otros momentos, como fue la guerra desatada por Bush contra Irak, so pretexto de que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva —luego resultó ser falso—, se han desencadenado oleadas de protestas callejeras, orquestadas por la izquierda —entonces los comunistas estaban en Izquierda Unida— que no vemos que ante esta incalificable agresión se produzcan ahora. Es más, los ministros podemitas del gobierno, donde ahora está integrada Izquierda Unida, manifestaron su rechazo a que la OTAN se plantease tomar una serie de iniciativas, caso de que Rusia atacase Ucrania. No sé como explicarán esta agresión, aunque siempre se buscan argumentos, aunque haya que retorcerlos, para justificar lo injustificable.
Ucrania es un país con una larga y dramática historia que, en determinadas zonas de su territorio, tiene un porcentaje elevado de población rusa, caso de Crimea y en la parte oriental del país. Esa parte de la población no ve con malos ojos su incorporación a Rusia. Eso fue algo que debió resolverse cuando se descompuso la Unión Soviética y se trazaron las fronteras, pero ya sabemos como se hace a veces y los problemas que ello genera. Pero esa circunstancia no puede justificar un ataque militar a un país soberano. Se dice que Putin busca que Ucrania no entre en la órbita militar occidental con un ingreso en la OTAN. No tiene derecho a impedirlo, si esa es la decisión que toma su gobierno donde, con muchas dificultades, se abre paso una democracia homologable con los parámetros de la Unión Europea.
Muestra de esas dificultades la tenemos en que, en 2004 el presidente Yuschenco, que daba pasos para la incorporación de Ucrania a la Unión Europea, fue envenenado al ingerir una dioxina tóxica —hay fundadas sospechas de que detrás estaba Putin— que deformaba su cuerpo. El presidente Yanucóvich, bajo cuyo mandato estaba prevista la firma de un acuerdo como primer paso de dicha incorporación, sufrió las presiones de Putin que le hicieron desistir y, en una situación insólita, abandonó sus funciones y desapareció del país. Hoy se le busca en Ucrania acusado de traición.
Anoche la selección ucraniana, que se enfrentaba a la española por un puesto en el mundial de baloncesto, fue recibida por los cordobeses que abarrotaban el Palacio de Vista Alegre con una impresionante ovación que iba mucho mas allá de la rivalidad deportiva. Esas muestras son importantes, pese a las reticencias de algunos, pero Ucrania necesita más apoyos.
(Publicada en ABC Córdoba el 25 de febrero de 2022 en esta dirección)